Inmediatamente me viene a la
mente la siguiente escena:
Una docena de amigos, menores de edad, bebiendo en la terraza del mismo
bar, admirando la vista de la ciudad de México en una noche clara. De pronto se
escucha una explosión en el edificio de enfrente que desata un incendio feroz. En cuestión de
minutos policías, ambulancias, y bomberos han cerrado todas las calles a la
redonda.
Nosotros, mientras tanto, seguimos bebiendo al calor de las brazas y
cantando el éxito ochentero “the roof is on fire”. Cuando llegó el momento de
retirarnos, el fuego seguía tan intenso como al principio y las calles parecían
la locación de un carnaval; había cientos de bomberos y policías.
Leo, nuestro único amigo afortunado por tener un coche, se ofreció amablemente a darnos un aventón a nuestras casas. Entramos a su Jetta como payasos de circo; cuatro adelante, siete atrás y uno en la cajuela. Sin la menor preocupación por la cantidad de oficiales o su ingesta de alcohol, arrancó el coche y empezó a circular por las calles empedradas del centro. Al dar la primera vuelta, la dirección del Jetta se rompió y chocamos contra un coche estacionado, pero Leo se asusto y aceleró más. Chocamos contra otros cuatro coches que estaban estacionados…
¡Pélate, pélate! Grita uno de los tres copilotos.Leo, nuestro único amigo afortunado por tener un coche, se ofreció amablemente a darnos un aventón a nuestras casas. Entramos a su Jetta como payasos de circo; cuatro adelante, siete atrás y uno en la cajuela. Sin la menor preocupación por la cantidad de oficiales o su ingesta de alcohol, arrancó el coche y empezó a circular por las calles empedradas del centro. Al dar la primera vuelta, la dirección del Jetta se rompió y chocamos contra un coche estacionado, pero Leo se asusto y aceleró más. Chocamos contra otros cuatro coches que estaban estacionados…
El intento de fuga duró exactamente medio segundo. El Jetta estaba
atorado entre otros dos coches y el volante no funcionaba. Instantáneamente estábamos
rodeados por dos docenas de oficiales, entre bomberos y policías, que se estaban
imaginando en que gastar la enorme mordida que se iban a llevar. Nos indicaron
salir del coche con sus linternas. El primero en salir fue Leo y detrás de él
la caravana de enanos ebrios, que al ver la situación en la que se habían
metido optaron por darle las gracias por el aventón e inmediatamente desaparecieron
entre el humo del incendio.
-…pues órale, vamos. ¿Quién más
viene?
- Un par de amigas que conocí en
una fiesta.
Llegamos al bar y esta vez nos
ubicamos cerca de la barra del primer piso ya que la terraza estaba vacía y al
nada indicaba que habría espectáculos como el de aquella noche. Además, el paso
de la multitud servía como buena excusa para romper la barrera del tacto con
nuestras nuevas amigas, Paulina y Karen.
La plática era fluida, el bar tender nos atendía sin mucha demora, y la
música estaba buena pero había algo en el ambiente que se sentía raro. Los
cuatro lo sentíamos pero ni Market ni yo lo identificábamos así que seguíamos
con nuestro plan de conquista. De pronto Karen nos acerca a los cuatro y en voz
seria pregunta:
-¿Oigan, que no es noche gay?
Market y yo levantamos la cabeza
y barrimos el antro con la mirada.
-¡Claro, es miércoles! Concluyó Paulina.
La escena gay en el DF aún estaba
en su infancia. Había pocos antros que atendían a ese segmento de chilangos; y
mucho menos, inocentes como Market y yo que llevan a sus amigas a un bar gay. Inmediatamente
nos pusimos de espaldas contra la barra. Ellas se morían de risa, pero nosotros
nos sentíamos como mujercitas en un vagón del metro Tacubaya en hora pico;
vulnerables y esperando un agarrón de nalga en cualquier momento. Claro que con
el par de aspirinas que cargábamos nadie tendría la tentación; ni rellenando
con la cartera hacíamos una nalga decente. Pero nosotros no nos íbamos a
confiar.
Karen por fin se compadeció de
nosotros y propuso ir a otro lugar. En lo que cada quien pensaba en opciones
cerca de la zona Market tuvo una grandiosa idea. La mejor propuesta para un par
de amigas que acabas de conocer:
-Pues en mi casa no hay nadie,
¿porque no vamos ahí? Podemos jugar dominó o mentirosa. Tengo tequilita y
bacacho.
Yo sentí como se me subió el
color a la cara y me sudaron las manos. ¿Cómo se le ocurría decir eso? Van a
pensar que somos unos gandallas. Pero me había quedado sin opción: Si apoyaba a
Market y ellas dicen que no, los dos quedamos como unos gandallas precoces. Si
propongo otra lugar y ellas le dicen que si a Market, entonces quedo como un flan.
-Ay, órale… ¡que buena idea!
Esas palabras inesperadas de
Paulina se escucharon con tal claridad que no hubo la menor duda. Salimos del
bar mata como si se estuviera incendiando; llegamos a casa de Market con la
misma velocidad e inmediatamente tomamos posesión de la colección de licores
del papá. Paulina y yo empezamos a jugar mentirosa; juego en el que yo creía
tener bastante habilidad, hasta que después de 5 manos y 5 caballitos de
tequila no lograba descifrar sus mentiras.
Pedí un tiempo fuera para ir al
baño y tal cual emperador Romano induje el vómito. Me eche agua en la cara, hice
gárgaras con enjuague bucal, hice algunos ejercicios de estiramiento y ahora si…
estaba listo para dar batalla. Pero saliendo del baño vi frente a mí una cama
con un edredón de pluma de ganso recién tendido, suave como una nube. Que mejor
idea, pensé, que echarme una siestecita de cinco minutos antes de regresar a la
conquista. Me dejé caer y para mi sorpresa no había colchón! El edredón estaba
cubriendo la base de madera de la cama. ¡Knock-out inmediato!