Monday, March 28, 2011

Atrápeme si puede

Alberto es uno de los apodos de uno de mis mejores amigos. Lo llamamos así por su gran parecido a la leyenda de la balada de rock mexicana: Alberto Vazquez. Grave y definida voz, capaz de cautivar a decenas con un simple susurro.
Un buen día decidimos irnos de pinta para disfrutar la alberca del club Yaqui. El único problema era que él era socio del club y yo no. Pero eso era, en nuestra opinión, tan fácil de resolver como sacar una licencia para manejar a los trece años. Lo más seguro era que nos encontraríamos con una recepcionista que por estar ocupada hablando por teléfono o llenando formas con la máquina de escribir (no existía el internet todavía) asumiría que ambos eramos socios y no se daría la molestia de pedir identificación.

Así que con traje de baño puesto bajo los jeans nos subimos al vocho amarillo que Alberto había heredado de su hermana, que a su vez había heredado del hermano que lo obtuvo como regalo de 18 años. El pobre vocho no tenía acelerador; tenia una cuerda que salía por la ventana, entraba al motor por la cajuela, y se amarraba al chicote del acelerador. El conductor, debía manejar con una mano al volante, sostener y jalar la cuerda con la otra para acelear. El vocho también carecía de claxón, pero tenía los cables expuestos. Para hacerlo sonar, bastaba con conectar uno de los cables a la cabeza de un martillo de herrero que viajaba debajo del asiento del conductor. El sonido no era el esperado, pero ya nos habíamos acostumbrado al graznido de pato en celo que salía del vocho amarillo y a las miradas de asombro de los coches vecinos.

Llegando al club nos dimos una vuelta por la recepción antes de estacionarnos y nos dimos cuenta que había que considerar otra forma para que yo entrara; en lugar de recepcionista habia un guardia de seguridad! De esos a los que se les da una orden y no hacen otra cosa; autómatas que han invadido la ciudad y nos esperan a la entrada de los bancos. También han infiltrado las líneas de teléfono de cualquiér servicio a cliente, y sobre todo ocupan muchos puestos de gobierno. Algunos son tan poderosos que han llegado a tomar la presidencia del país.

El plan B no tuvo el menor grado de sofisticación. Sali corriendo junto a la enredadera que delimita el club, me subí en un basurero, y brinqué sobre la puerta de servicio que daba a un jardín. Ahora solo tenía que actuar con naturaleza y llegar a la alberca, donde Alberto me estaría esperando. Así que comencé mi pasito tun tun. Pasé el área de mantenimiento, el de la cocina, y di la vuelta sobre el camino empedrado, como lo haría cualquier socio, hacia la alberca. Estaba a unos cien metros de ella, ya veía a Alberto con cerveza en mano y el agua a la cintura cuando escuche a mis espaldas la voz de un autómata - Joven, disculpe.
Yo continué mi pasito tun tun, pero un poco más acelerado. Como cualquier socio, pero que se está cagando! Y de nuevo, pero un poco más fuerte escuche al autómata - Joven, me permite?
Esta vez era inevitable hacerse el sordo. El autómata estaba oliéndome los pedos.

Giré hacia él - Ay, perdón, no lo escuché. Qué paso?
- Me permite su credencial por favor?
-Uy, no la traigo poli. Voy a la alberca y dejé la cartera en el coche.
-Bueno, no se preocupe. Nada más verifico su nombre y número de socio con la oficina.

En este momento supe que, por alguna razón, el autómata sabía que yo no era socio y que haría lo posible por comprobarlo. Creo que él tambien sabía que yo sabía, y comenzamos una batalla, como una mano de poker. Por fortuna yo tenía varios aces bajo la manga...

-Me llamo Alberto Vazquez, número de socio 450089. Esto era cierto. Sabía el número de socio porque lo había usado varias veces antes para entrar haciéndome pasar por Alberto o su hermano.

El autómata repitió los datos por su radio y lo único que recibió fue:
-Tres cuatro, tenemos un secenta y tres.
-Entendido, dijo el autómata. Alberto, por favor acompañame a la oficina.
-Ay poli, no puedo pasar de salida?
-Negativo. Me informan que lo debo llevar de inmediato.

Al parecer mi primer as no fue suficiente para convencer al autómata. Ahora tendría que lidiar con el autómata mayor. Caminamos de regreso por el camino empedrado. Mire sobre el hombro y pude ver al verdadero Alberto observandonos desde la alberca. Por fortuna, el vapor del agua y las macetas que rodean la alberca distorsionaban su imagen y no había manera de que el autómata supiera que el verdadero Alberto Vazquez estaba ahí.

Entramos a la oficina y me recibió el autómata mayor.

-Joven, es usted Alberto Vazquez?
-Si señor. Hay algún problema?
-Porqué te brincaste la puerta de servicio?
-Ah, es que por ahí llego más rapido a la alberca.
-Y que, ibas a nadar vestido así?
-No. Ya tengo puesto mi traje de baño! Y se lo enseñé.
-Pues está prohibido entrar por ahí, ya lo sabe.
-Bueno, discúlpeme; pa´la otra entro por la puerta principal.
-Y donde está tu credencial?
-No tengo, la perdí. Tengo casi un año de no venir al club porque estaba fuera de la ciudad estudiando.

Después de este round, el autómata decidió atacar con una estrategia diferente. Esto lo diferenciaba de los otros autómatas y me empecé a poner nervioso. Pero mantuve la calma, como cualquier socio que se hace pasar por otro.

Tomó un libro de su escritorio, le dio la vuelta a varias hojas y mirando el libro preguntó:
-Como se llama tu papá?
-Luis
-Y tu hermana?
-Mariana
-Y tu hermano?
-Luis

Seguía esquivando las balas, pero el autómata mayor no dejaba de disparar. Aún no lo podía convencer. Había algo que no cuadraba con su algorítmo. El automata miraba el libro y me volteaba a ver a mi. Dos veces repitió lo mismo hasta que echó toda la carne al asador...
Me mostro el libro donde había fotos de cada socio, agrupadas por familia. La familia de Alberto ocupaba toda una hoja, y ahí estaba Alberto: piel trigueña, ojos cafés, pelo castaño ondulado, nariz ancha, y una cicatríz en la frente. Y ahí, sentado frente a los dos autómatas estaba yo: piel blanca, ojos verdes, pelo güero liso, nariz mucho más chica, y arete en el oído.

-Y éste eres tu? Dijo el autómata con cara como del que sabe que ha ganado la mano de poker.
-Si. Pero esa ya es una foto vieja. Dije yo con cara como del que no tiene nada que perder.

El autómata no lo podía creer. No había dos personas más diferentes en la tierra y aún así no podía comprobar mi crimen.

-Bueno, pásale por aqui Alberto.

Me llevó a otro cuarto, me sento en un banquito, me tomó una foto, y me entregó una credencial del club Yaqui con mi foto y mi nombre: Alberto Vazquez.