Wednesday, December 8, 2010

Honores a la Bandera

Todos los lunes en la mañana se celebraban los honores a la bandera en la escuela primaria que tuvo la infortuna de educarme. Digo que tuvo la infortuna porque en algún momento de mi infancia, circa el tercer año,  entré en una pubertad prematura que para los estándares de hoy merecería prozac o visitas frecuentes al psicólogo.  Suerte la mía que las únicas consecuencias eran expulsiones y nalgadas con una raqueta de madera.
A la larga, mi falta de conducta también resultó en que no fuera nombrado miembro de la escolta. Aquellos cinco alumnos destacados que marchaban alrededor del patio cargando la bandera mientras todos los demás cantamos el himno nacional siguiendo la batuta de la maestra de música. Ser miembro de la escolta no solo aumentaba tu índice de popularidad, también te acercaba más a las maestras, lo cual resultaba en un poco de flexibilidad en cuanto a las reglas del salón (esto es igual a ser el prisionero que se lleva bien con el carcelero); y también reducía el tiempo que tenías que pasar en el salón de clases.  En fin, años de estudio para llegar al sexto año y las ambiciones de los alumnos se reducían a lograr ser miembro de la escolta.
Pocos días antes de terminar quinto año se anuncia quienes son los miembros que heredarán el cargo de la escolta actual. Ese día es de tristeza para el 95% de los alumnos que pasan a sexto. Pero rápidamente lo olvidan porque en seguida empiezan las vacaciones de verano. Tan rápido lo olvidan, que el primer día de clases del nuevo año les provoca un hueco en el estómago cuando los cinco miembros de la escolta escuchan su nombre en el altavoz del patio, llamándolos a la dirección. De ese día en adelante, cada uno de nosotros va perdiendo las esperanzas de remplazar a uno de los pequeños cadetes. Mis esperanzas de que a Carlitos le diera hepatitis, o que a Pablito le diera diarrea un lunes, o que Panchito se rompiera una pierna nunca se volvieron realidad.
Pero un buen día, cuando ya no había la más mínima esperanza, se escucha mi nombre en el altavoz “Sr. Paolo, favor de presentarse en la dirección”- No había duda, por fin iba a marchar con la escolta; tenía tiempo sin portarme mal o llegar tarde a la escuela… no había duda, hoy era el día. Podía ver claramente a Panchito con una pierna enyesada y ojos llorosos cediéndome su lugar. De camino a la dirección me di la media vuelta y con la convicción de quien ha metido un golazo en terreno enemigo, enrosqué los dedos hice señas obscenas y le susurré al resto de mis compañeros: “huevos”.
Mi corazón latía fuera de control cuando llegué a la dirección. Las voces de los alumnos en el patio me sonaban distantes,  como si fuera artista a punto de subir al escenario. La directora me vio llegar y me hablaba, pero yo no escuchaba… estaba demasiado ocupado disfrutando por adelantado mis 5 minutos de gloria.
“Paolo…” “Paolo?” “PAOLO!” Hasta la tercera vez escuche que me llamaban…
“Préstale tus zapatos a Panchito, que los suyos no están bien boleados y va a cargar la bandera”